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Salió
una novela retratando la vida de un músico grupero y sus excesos (mujeres y
faltas de ortografía en los borradores de sus canciones). La novela se llamaba Tierno Ruíz, del escritor O.O. Circulaba
en las principales librerías, en la mesa de Novedades.
“Es
suficiente”, creyó El jinete. “Una novela de un músico grupero y no de un
jinete”.
Que
no hubiera un espacio para hablar de los jinetes, quería decir que el fin de su
carrera estaba cerca. Se olía. Sabía que ése era el fin de los macarrones con
queso que tanto le gustaban a la panza considerable que sobresalía fuera del
cuerpo decaído de mariachi. (Ya no tendría con qué pagar los macarrones con
queso. Seguiría la dieta de galletas y un litro de agua. Los sueldos se
reducirían así como el pantalón se caería por las calles aún con cinturón
puesto). El cuerpo decaído de mariachi lo definía muy bien como persona. Sin
embargo, los mariachis le caían mal al cuerpo del jinete.
-Nunca hay que confiar en un mariachi -decía El jinete- Sé lo que digo…-sonríe afirmativamente desde la mecedora del rincón de la sala-. Ese jodido botón me ha venido a perjudicar.
En
una fiesta de amigas y amigos, apreciando el show de Los Mariachis desde una
mesa asignada por los amigos, El jinete sonrío. Uno de los mariachis volteó
cuando sucedió. Y el botón de su camisa apretada reventó y se estrelló en la
frente del jinete. Salió sangre. “¡A la mierda!”, dijo El jinete huyendo. No
quiso saber qué mariachi había sido: tomar cartas en el asunto, denunciarlo por
no contener los botones de su camisa, refundirlo en la cárcel, aventarle el
caballo, etc. Sólo pensaba en llegar al hospital para curar esa herida. Salió
indignado de la fiesta. Los amigos lo veían pasar. En el hospital le curaron la
herida: un algodón en la frente. Al llegar a casa, acostarse a dormir.
Pasados
los días, retirándose el algodón, el botón produjo una cicatriz en la frente. Por
ahí entran monedas que van a las maquinitas pero se desvían hacia la frente del
jinete. A veces le duele la cabeza. A veces controla las monedas que entran al
hoyo.
“Cualquier
cosa sería mejor”, piensa ahora El jinete, “que estar en la mecedora tocándome
la frente todo el día”, dice al contar cuánto dinero tiene allá dentro.
Encontró dos monedas de 5 pesos.
“¡Fatal!”.
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