El
cuadrilátero tiene que expandirse si es que el público quiere gozar de sus
palomitas con mantequilla durante la pelea. Pero arriba del cuadrilátero, el presentador
(un señor con traje negro, moño en medio, y bigote de Hitler) dice con el
micrófono que para anunciar a El hijo del
Enchufe y Fort-Pawer necesita
palmas por parte del público, que se oigan. «Todavía nada con las palomitas»,
dice. «No nos metemos con ellas». Martin quiere tener libros en las manos, irlos
buscando en las librerías, agacharse(¡Admiración!), identificar autores en los
libreros, ¡llevarse libros a precios emocionantes! Una ganga. Pero ha llegado a
la arena de lucha libre. El presentador rodea el cuadrilátero, con la luz blanca
reflejada en el ring siguiéndole a donde camina, y fija su mirada en ciertos espacios de la arena. «Yo les
ayudo…», dice viendo unos segundos a personas de determinados espacios, baja el micrófono a su axila y trata de
aplaudir con las dos manos. «Bueno, mejor vamos a hacer un juego…», dice al no
ser práctica la idea de que él también aplauda. «… Quien diga más fuerte el
nombre del luchador le voy a dar un premio. ¡Todos los que griten se llevan
premio!», declara volteando hacia otros ciertos
espacios.
« ¡Con todo!
¡Con todo, Enchufe!», anima en el vestidor el entrenador de El hijo del
Enchufe, masajeándole los hombros a este. «Sfoy su ijo. Ya te lo abía ditcho»,
habla el luchador por el orificio de la máscara verde pistache, con diseño de
dragones y enchufes. « ¿Mi hijo? ¡Aaaah. No me digas eso, Enchufe!», contesta
el entrenador. «No sfeas idiota. ¡Ya!», se harta El hijo del Enchufe bajándose
de la cama, ya no masaje, ya no pies balanceándose, ya no. A un lado, en el
otro vestidor, Fort-Pawer practica concentrado dando golpes al costal. «Tobia
no llaman, ¿verda, güe?», pregunta a su entrenador y pasa su mano secándose la
frente. «No. ¡Tranquilo, mano!», dice el entrenador. « ¿Y si alimos, caun?»,
sugiere presionado el luchador. « ¡Ya quieo hace pedacitos aes pendejo del
Enchufe! ¡¡Le quito la máscara!!», emite. «No creo que sea adecuado», responde
el entrenador. «Arruinaríamos la pelea», confirma. «Tene razón», concuerda
Fort-Pawer dando otro puñetazo al costal, acompañado de una patada. «Aparte, ¿así
piensas salir, mano?», cuestiona al luchador. Fort-Pawer se ve en el espejo
como diciendo ¿Qué tengo de malo? « ¡Tiene
que resaltarse el paquete!», enfatiza el entrenador. «Ah, sí, caún. No ha pedo»,
dice Fort-Pawer, pasando una mano por su calzón, tocando y ¡subiendo de un
jalón! « ¡Oh, no!», se decepciona Martin bajando un escalón en el último piso
de la arena. «Hay mucha gente. Tendré que hablar con alguien(conocernos, preguntas,
platicamos: quedo como una persona rara)», imagina desde lo alto de la arena,
viendo el cuadrilátero.
« ¡¿Qué dicen
por allá?! ¡No se escucha!», dice el presentador señalando con su mano hacia un
lado. « ¡¿Cómo?!...», apunta con su oído tratando de escuchar, que no se oye
nada. «¡¡¡Elll HIJOO dEl EnCHUFee!!!», corea la gente. «No oigo nada», declara
el señor presentador, enseñando bigote de Hitler. «Bueno, ¿qué tal si pasamos a
otro punto?», pide de pronto, deteniendo la luz blanca en el centro del ring. «La
arena en la que están ahorita todos ustedes, no sé si lo sepan, pero tiene una
gran historia. Permítanme mostrárselas… Desde 1955 —año de su fundación— que ha
brindado lucha libre a la sociedad, y asimismo ha visto pasar y consagrarse a
varias de las estrellas de la lucha libre, tanto en el panorama nacional como
internacional. Por aquí han desfilado Hexágono
86, Oceanis, Rey Nuestro Señor, Charly Parkour, Avestruz de Cuauhtémoc, Monaguillo
Guerrero, Yellow Tarjeta, Rayo Traslúcido, Enfrijolada Individual, NTO. Rey Señor,
Lic. Comfort, y los internacionalísimos The
Emotion, Hulk Baby y Underteacher, entre otros más. Luchar en
el cuadrilátero, en este especialmente, es un símbolo para cualquier luchador,
de que se ha llegado alto. Porque como luchador, la función no solo es
entregarle diversión a la gente, sino mostrar fuerza, respeto y dignidad en el
ring. Cosa que se gana luchando aquí arriba», declara de un lado a otro del
cuadrilátero. Las personas del público observan detenidamente al presentador, en
cada una de las butacas los asistentes tienen la mirada fija en él, como viendo
que, por lo visto, no pueden hacer otra cosa, sabiendo que esperar el momento
en que deje de hablar sería realizar una propuesta inútil.
«Oiga, compañero,
¿ya salimos?», pregunta el entrenador de Fort-Pawer al entrenador de El hijo
del Enchufe por la pared del vestidor, pared con pared, oído con oído. « ¿A dónde?...»,
dice el segundo. Poco después capta el asunto. «Ah, pues no sé, colega. Yo creo
que sí. Ya es hora». Los entrenadores abriendo las puertas de los vestidores.
Salen primero los luchadores. A un lado, por la división de tablas, cada
luchador se ve costado a costado. « ¿Qué, nerfvioso?», susurra El hijo del
Enchufe a su rival. « ¡No mames, pedejo!», le contesta Fort-Pawer.
«Vean, estas
luces son mágicas», dice el presentador señalando las altas construcciones con
focos del cuadrilátero. «Especialmente diseñadas para que ustedes disfruten de
encuentros mágicos, peleas increíbles a la mayor claridad posible. ¡Que se
enciendan!...». Dada la señal, la arena se alumbra por completo y de la
construcción caen palomitas con mantequilla por toda la arena. « ¡Qué puta!», dice
Martin al caerle, del techo, palomitas a su cuerpo. « ¿Qué hago aquí? ¡Ya se me
ensució toda la camisa!... Me la acababa de lavar mi mamá», lamenta. Los luchadores
van saliendo a la arena, aparecen en pasillo
rumbo al cuadrilátero. Notan ese maíz inflado cayendo, y lo ven sorprendidos
descendiendo al piso. « ¿Pfuedo, entlenador?», pregunta El hijo del Enchufe a
su instructor. « ¿Les damos chance, colega?», consulta este último a su
compañero. Acceden. Y como perritos, los luchadores saltan al aire atrapando
las palomitas que caigan en su boca.
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